Otro día… latido a latido el eco
del mundo repiquetea contra el cristal de la ventana.
Deambulo
por la casa; pasos que no van a ningún lugar, pasos rehenes entre paredes. Me
detengo ante la ventana del salón… contemplo la jardinera… de la trinitaria
brotan hojas… por una de ellas un minúsculo insecto camina justo hasta el
borde.
Miro
la calle… miro para saber, para aprender… aprender a mirar, aprender a saber.
Pasa gente embozada, gente con guantes… bocas ciegas, manos ciegas… palabras y
caricias ciegas. Y mi mirada y mis ojos se abruman con tanta ceguera cansada de
no ver… no ver árboles, no ver la mar… y me extravío entre la fina línea que
separa las luces de las sombras. Y la gente sigue pasando, esquiva,
indiferente, acorralada… gente que se protege de ti, de mí, de un no sé qué… gente
que pasea a un perro hastiado de ser paseado… gente… gente que vive en un mundo
que ha cambiado, que cambia y que volverá a cambiar.
Y
vuelvo a caminar por la casa, como aquél minúsculo insecto que alcanza el borde
de su hoja. Y me asomo a otra ventana… En el patio una pareja de colirrojos se
buscan… se llaman… se acercan, se alejan… se vuelven a llamar…
El
sol de la tarde parece desgastado… desgastado como una vieja pared, la pared de
un acantilado, un acantilado golpeado por la mar… una mar que se desgasta
contra una pared, la pared de un acantilado… Y los colirrojos que se habían ido
han vuelto…
Las
sombras del patio se funden con las sombras de casa, se funden conmigo… las
sombras ya son solo una sombra…
Lluvia fina…
Empiezan a encenderse
las luces de las casas
Asturias, donde la tierra siempre
es verde.
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