Apenas 70 m2 donde pisar
y un trozo de cielo atrapado entre tejados.
Ya
empieza a estar lejos lo que tan cerca estuvo… El invierno estancado en los
charcos se vuelve asfalto polvoriento.
Asomado
a la ventana contemplo la calle… no hay horizonte… solo una ciudad perezosa que
muestra su desnudez.
Sopla
un viento del este, fresco, enérgico… un viento que se lleva las nubes, allá, al
lugar donde las nubes van a morir… En el cielo, renovado, un grupo de gaviotas
gira… gira cada vez más alto… y el tiempo pasa y pasa cada vez más lento… un
tiempo herrumbroso que por momentos parece dudar.
El
pájaro enjaulado de un vecino inicia su canto ancestral… su afán no oculta la
languidez que siempre borbotea en la voz de aquel que está encerrado… Y sin más
el pájaro calla… y el silencio, en la calle, se quiebra con el sonido de unos
pasos… pasos cortos, rápidos… pasos que borbotean al igual que el canto del
pájaro enjaulado.
Reverdecen
las plantas de la jardinera. Media docena de petunias rojas tiemblan con el
roce del viento. En un rincón, la tierra húmeda fue escarbada por alguna
paloma… Y canta de nuevo el pájaro del vecino… y en mis recuerdos se vuelven
diminutas figuras aquellos que junto a mí caminaron.
Llegan
nubes nuevas… gente diferente… un viento distinto… Tras una ventana un gato mira
las nubes, mira a la gente… me observa, primero alertado, luego muestra su
cautela… termina por girar la cabeza en señal de indiferencia… solo soy un
verso suelto escrito en el margen de un folio garabateado…
Se comban
las ramas del jazmín…
Una mosca frota sus patas
Asturias, donde la tierra siempre
es verde.
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