Ahora que la pátina
de mi calzado
eclipsa la lumbre de mis ojos;
ahora que el barro del camino
es polvo
en los pliegues de mi traje;
ahora que el sol
tan sólo es adivinado
por los puños y cuello
de mi camisa almidonada;
ahora que el alma
se queda huérfana de todo aquello
que le dio expresión, aliviada de carnes
que fueron cadenas,
de cadenas que fueron doctrinas,
de doctrinas que se hicieron carne;
ahora que vuelvo a la esencia
que en la frontera del tiempo
me tocó ser (fui él para ser ahora,
ser yo, estertor
con lo que todo recupera su lugar);
ahora que el sonido de los pasos
se detiene al otro lado de la puerta,
que ya no hay lágrimas arrastrando la aflicción,
que la palabra ya no conjuga verbos,
que todo el saber se oculta
en el polvo de tiza amontonado
al pie de desvaídos encerados;
ahora que soy limbo desdibujado
en el recuerdo y en el estar…
… yo, que hice mía la voz
de la lluvia nocturna;
yo, que sólo creí
en la piedra que muda su piel
hasta convertirse en montaña,
en la ola
cuando rompe contra el acantilado,
en la rama vacía del árbol,
en el pájaro que sabe cuando callar…
Ahora… ¿¡Ahora qué!?
Me llega mucho tu poema, Alfredo, esa sensación de disminuir, de perder cosas..., esa atención a los pequeños detalles, expresado tan bellamente.
ResponderEliminarGracias!
Agradezco tus palabras y celebro que te llegue la poesía. Un abrazo, Grego.
EliminarAl ir leyendo...
ResponderEliminarhago míos tus sentires
¿y tu pregunta?
responde a quién le duele...
si no es ahora, es nunca.
Gracias querido poeta por descifrar la belleza en todos tus poemas; por la sensibilidad que siempre te acompaña y que va de la mano con tu hermoso corazón. Un abrazote.
Gracias Mai. Yo solamente pongo palabras. La sensibilidad, el corazón y todo lo demás lo pones tu con la lectura que haces.
ResponderEliminarUn abrazo grande con el deseo de que todo pinte bien para tí y tu querida tierra.